A LA MUERTE DEL SOLDADO
ALEMÁN DESCONOCIDO
Dedicado con todo mi cariñoso
respeto a la familia Bernauer, de Todtnau, Alemania.
Que la vida teje a
nuestro alrededor una inextricable madeja de infinitos y desconcertantes hilos
es algo que no podemos dejar de percibir, a poco que prestemos un poquito de
atención. Y es inútil que intentemos justificar sucesos, aparentemente
inconexos, bajo la manida etiqueta de "casualidad". La casualidad no
existe. Todo ocurre en su momento y porque así debe ser, aunque no lleguemos a
comprender inicialmente el significado del mensaje que las Altas Instancias
—sin duda— nos envían y que, a la larga, siempre encuentra su lugar de
acoplamiento en el rompecabezas de nuestra dislocada existencia, refulgiendo entonces
como dorada piedra angular que justifica y mantiene el conjunto de la obra.
El soldado Bernauer descansa ya, envuelto en el
frescor umbrío de pinos, abetos y cipreses, cubierto por la compasiva tierra de
su querida Selva Negra, donde vivió junto a su familia los duros tiempos de la
posguerra, los años esperanzados del "milagro alemán" y los felices
lustros del crecimiento económico dentro de una paz sólidamente establecida.
El soldado Bernauer y yo jamás llegamos a
conocernos. Ni siquiera nos vimos. Pero cuando el teléfono sonó, en aquella
fría mañana de últimos de diciembre, poco antes de Nochevieja, y una voz
femenina preguntó, en forzado inglés, por Alfred, supe que el viejo soldado
había muerto. Lo supe mucho antes de entregar el teléfono inalámbrico a su
hijo, que pasaba unos días de vacaciones en mi casa, en compañía de su
prometida —mi hija menor—, y antes de que él me confirmara la triste noticia en
una miscelánea de inglés, alemán y gestos apesadumbrados.
Todos esperaban el óbito, porque Bernauer llevaba
muchísimo tiempo gravemente enfermo pero, como siempre sucede en tales
circunstancias, el deceso del marido, del padre querido, les pilló por
sorpresa.
Me cogió por sorpresa a mí, que nada tenía que ver
con él...
¿Por qué —me pregunto— tuve que ser una de las
primeras personas que conocieron su fallecimiento?
Nada ocurre por casualidad.
Quizás, porque debía escribir su panegírico, que es
casi como el mío propio.
Sólo conozco retazos de su historia personal, pero
son fragmentos suficientes para componer, al menos parcialmente, el mosaico de
la existencia de lucha y sufrimiento de un hombre al que la Muerte perdonó directamente
en dos ocasiones, e indirectamente en incontables.
El soldado Bernauer se incorporó al ejército del III
Reich en plena juventud, siguiendo las órdenes del Gobierno nacional, y
combatió en la U.R.S.S.,
probablemente bajo el mando del mariscal Von Rundstedt. Según mis datos,
entraría en territorio soviético en junio de 1.941, participando en la toma de
Kiev y en la marcha a través de Ucrania occidental hacia Leningrado, que fue
sitiada, bajando posteriormente en dirección a Moscú, pero sin llegar a divisar
la capital de los zares, ya que el avance alemán fue detenido por las fuerzas
del Ejército Rojo a veinte kilómetros de la ciudad. Sabemos que Von Rundstedt
inició entonces su ofensiva por el sur, ocupando Rostov el 22 de septiembre
aunque por muy poco tiempo, pues la ciudad fue reconquistada una semana
después por el general Timoschenko. En la primavera de 1.942, el mariscal Von
Manstein ocupó Crimea, y las tropas alemanas llegaron hasta el Cáucaso, para
ser definitivamente detenidas en Stalingrado. El resto, es de sobra conocido.
El soldado Bernauer no participó en la batalla de
Stalingrado, porque sé, con toda certidumbre, que su unidad llegó a estar a
sesenta kilómetros de Moscú. Desde allí, derrotado y destrozado, volvió al
hogar en ruinas.
Aquí podría ir la descripción de la "Blitz
Krieg", entre el chirriar de cadenas de los "Tiger", el ulular
impresionante de los bombardeos en picado de los "Stuka", la lluvia
continua de proyectiles de obuses y morteros, el tableteo de las
ametralladoras, los furiosos contraataques de los carros soviéticos "T
34" y de la infantería, en defensa de su tierra y de su honor ultrajados,
los ataques a baja altura de los pequeños "Polikarpov I-16", los
asaltos a la bayoneta trinchera por trinchera, entre sangre, barro y cuerpos
desmembrados.
¿Para qué?
El soldado Bernauer conoció todo eso de cerca y en
sus propias carnes.
La explosión de un mortero le perdonó por primera
vez la vida en las cercanías de Minsk, pero le obligó a cargar por siempre con
el terrible recuerdo, que se alojó en su mente como impresión imborrable y
debajo de su cráneo en forma de triple pedazo de metralla.
Mientras tanto, sus dos hermanos, uno en el
ejército, como él, y otro miembro de las "SS", habían muerto en
combate. El de las "SS" le había dicho, en cierta ocasión:
—Si alguno de nosotros sobrevive a esta mierda serás
tú, porque eres mucho más rápido disparando que hablando. (El soldado Bernauer
era ligeramente tartamudo)
A sesenta kilómetros de Moscú, hambriento, enfermo,
agotado y desmoralizado, supo que el almirante Doenitz y el mariscal Keitel
habían firmado el armisticio. Arrojó lejos de sí el inservible
"Máuser", y salió de la trinchera para darse de bruces con un joven
soldado soviético que le apuntaba con su metralleta. Quizás porque ambos eran
jóvenes, quizás porque los dos estaban saturados de sufrimiento, el soldado
rojo le dijo, con una sonrisa compasiva:
—"Fritz", baja los brazos; vete a casa y
buena suerte...
Y el soldado Bernauer comenzó su retorno a la paz, a
través de las verstas y verstas de la inacabable estepa rusa como un vencido,
sin comida, ni abrigo, ni descanso, ni esperanza.
La Muerte le había perdonado por segunda vez para ser su inseparable compañera
de sueño y pesadillas, día tras día, año tras año.
Dios sabe que odio la guerra con todas mis fuerzas,
porque la considero sacrificio monstruoso de vidas en beneficio de los
intereses particulares de aquéllos que jamás morirán en combate, pero —nunca
pensé que volvería a hacerlo— desempolvo mi Cartilla Militar nº. 4349186, que
me acredita como Cabo de Complemento del Grupo Ligero de Caballería 6 (sección
de lanzagranadas) con antigüedad de 21 de agosto de 1.968, según comunicación
recibida del Señor General Jefe de la Brigada D.O.T. 6, y saludo militarmente al
soldado Bernauer y al soldado del Ejército Rojo que le perdonó la vida y la
dignidad en las desoladas estepas rusas, hace más de medio siglo.
El humo de mi cigarrillo huele a pólvora y, por
encima del bullicio de la ciudad, casi se escucha el canto metálico de un
clarín solitario honrando a todos los que murieron sin más motivo que ser
soldados.
Descansa en paz, desconocido soldado Bernauer.
Te lo has ganado.
... Para mí la exaltación del soldado está, en
cambio, en todo aquello que éste se vio obligado a soportar, hasta donde la
resistencia física y la fuerza moral le sostuvieron.
Escribo para que ello no quede en olvido, para que
mi testimonio se eleve como una admonición para las futuras generaciones, a fin
de que no tengan que aventurarse en un nuevo Stalingrado; éste es el ideal al
que encomiendo mi relato. FRITZ WÖSS ("PERROS, ¿QUERÉIS VIVIR
ETERNAMENTE?")
Servidor de ustedes.